Oaxaca

María Fernanda Armella
17 min readFeb 11, 2021

Que te llene de su fuerza el sol y que la vida entre ahí en tu corazón.- Aguacero

En honor a María Padilla, mi hermana; gracias por hacer posible este viaje, porque como bien dijiste compartir es honrar nuestro aprendizaje.

Sentí que este viaje sería el momento perfecto para agrupar; tal vez cerrar muchas cosas y me encanta que la vida te sorprende cuando se abren muchas más. Ya sabía que en realidad esa es la naturaleza de todo; nuevos ciclos de aprendizaje, almas llegando y otras dejando de estar. Esa es la naturaleza de la impermanencia, de un transitar por la vida duro, sí, pero ligero al mismo tiempo si en vez de levantar barreras que bloqueen su andar le permitimos el paso al dolor. Lo dejamos transitar, enseñar e irse; aceptando y amando las cosas tal cual son. Amando siempre.

Este texto lo escribo desde muchas facetas diferentes. Como ya les había platicado, hay veces que es muy difícil plasmar en palabras una experiencia porque realmente las palabras nunca le hacen justicia a la bola de sentimientos que hay dentro de uno; aparte la experiencia no se acaba cuando termina “el viaje” sino que comienza un proceso de meses de digestión; de observar como evoluciona lo vivido a través del tiempo. Así que este texto no esta escrito en una sentada, esta escrito entre debates de aterrizar y despegar ciertas cosas, esta escrito desde momentos de amor intenso y después de desilusión también, esta escrito en tardes, mañanas, noches, cafecitos, buena música de fondo y mucha honestidad. Cuando decido que algo esta listo para publicarse, leer-me es como ponerle pies y cabeza a mi aprendizaje y desde ahí lo puedo compartir. Aunque siga doliendo, aunque siga vibrando el cuerpo, al final siempre vale la pena.

Llegué a Oaxaca tratando de agrupar las lecciones tan perras que iniciaron hace dos años ya. Llegué cansada pero emocionada, con el corazón movido del último mes; pero muy abierto eso sí. Ya venía abriéndose un portal poderoso en las playas del pacífico mexicano, empezando por Michoacan con la Sangha, siguiendo por Nayarit y terminando en las costas de Oaxaca. Con uno que otro pit stop en la montaña entre playa y sal para recargarme de su fuerza, la que me permitiría fluir, soltar y reconocerme en una etapa nueva de mí misma.

A este lugar llegué sin expectativa alguna. Me preguntaban ¿a qué vas?, ¿para qué vas? o ¿por cuánto tiempo vas? y mi respuesta siempre era -no tengo idea-. Dejé de buscar y esta vez esperaba que las cosas me encontraran. Me dejé llevar por la agenda y los planes ajenos. Los planes de dos almas hermosas con las que compartiría los primeros cinco días de viaje. Las Marías… Y no podía faltar Lucha, la compañía canina.

Ahora si…

Llegué a la ciudad de Oaxaca y diría que esta fue la etapa de reconocimiento. “Estructuramos” por así decirlo los primeros días de viaje y después soltamos los planes al azar. Es muy importante comprender el mundo del otro, darnos cuenta que el proceso en el que estamos aunque puede llegar a sincronizarse por momentos con el de alguien mas, también puede ser totalmente diferente y desde esa diferencia es enriquecedor poder acompañarnos. Cuando reconocernos como luz y amor se vuelve una tarea difícil, la mirada de la tribu unida siempre nos lo recuerda, porque cuando alguien vibra alto aún en sus peores momentos y ve en nosotros ese mismo proceso, viene a recordarnos toda la luz y el amor incondicional que ya somos.

María, Lucha y yo comprando café.

Manejamos dos horas de la ciudad de Oaxaca rumbo a la montaña. Esa carretera fue la que dio como inaugurado un nuevo año, al menos el mío. Lo sentí como cuando lees la primera página de un libro del cual vienes leyendo toda la pentalogía; y siendo así la carretera se fue como agua hasta que empezaron las curvas y con mi historial de mareos y con Lucha encima de mi igual de mareada que yo, tuve que hacer las pases con la situación y aprender a respirar, a observar, a apreciar los paisajes tan bonitos que me estaba perdiendo por estar habitando más mi cabeza que lo que sucedía fuera de ella.

Lucha y yo.

Lección #1 del viaje: todo te esta enseñando, todo el tiempo. Conectar con Lucha, con ese ser tan inocente y poder hacerme una con ella para pasar el tramo de curvas, fue como sentirme mas cerquita de la Naturaleza. Y de la mía.

San José del pacifico.

Que lugar tan mágico al que llegamos, un lugar donde el poder de la sierra oaxaqueña te abraza con toda su inmensidad, con tardes nubladas y noches llenas de estrellas. Llegamos a un lugar que se llama Refugio de la Tierra y tal cual como su nombre lo dice, fue un lugar donde sentí una tierra mexicana llena de misterio, pero que al mismo tiempo nos brindaba contención y seguridad; refugio. Llegamos las tres Marías, incluyéndome y reconociéndome ahí con ellas. Soltamos todo, cada quien a su manera, pero fue evidente que soltamos. Nos hospedamos en la cabaña Alcatraz y haciendo justicia a su nombre, un jardín inmenso lleno de alcatraces se extendía por toda la parte trasera de la cabaña.

Este lugar está lleno de huertos por donde miras, hay pequeñas construcciones piramidales que son zonas de meditación las cuales están entre cabañas y árboles esparcidos por todo el refugio. En la punta de estas construcciones en forma de pirámide hay una bola de espejo que absorbe la energía del universo, así que el simple hecho de contemplar este lugar tan peculiar ya es una experiencia en sí misma; si a eso agregamos que la comida que sirven esta hecha con las cosas que se cosechan ahí mismo, que para dormir tienes que alimentar el fuego toda la noche en tu fogón privado y que aparte nos tocó hacer práctica de yoga en la pirámide principal con un personaje que parecía Yoda en persona; seguramente sales de Refugio de la Tierra levitando.

Refugio de la Tierra.

Satya Dev, nuestra versión de Yoda; con él compartimos la cena de esa noche, nos contó varias historias de su vida nómada viviendo de comunidad en comunidad por más de trece años. Platicando con él le conté de los dolores de espalda que tenía desde hacía ya un año, ¡Ah! porque claro que Yoda sabía todo de masajes y técnicas de ese tipo, así que era de imaginarme que me haría la pregunta que he tratado de responderme en este último año, -¿Qué estas cargando?- y le contesté lo mismo que respondí a todos los que me preguntaban sobre mi viaje a Oaxaca, -no tengo idea-. Esa noche salimos del comedor rumbo a La Alcatraz y nos sorprendió ver que como arte de magia la niebla densa que nos había envuelto en el camino de ida, había desaparecido por completo en el camino de regreso, dejando en su lugar un cielo despejado que coqueteaba conmigo, mostrándome sus billones de estrellas, constelaciones, nebulosas y más.

Universo.

El frío de la noche extrañamente nunca llegó a mis huesos y con ese cálido sentimiento decidí quedarme en medio de la montaña contemplando el cielo y meditando. Revelaciones tuve, pero ésta fue la más importante.

Lección #2 del viaje: necesitamos volver a abrazarnos como hermanos. No como el rol o papel que jugamos en esta vida, pero como hermanos. Necesitamos hacer las pases con aquellas relaciones rasposas, necesitamos eso; abrazarnos unos a los otros como hermanos otra vez.

Al día siguiente en el desayuno, Satya Dev nos dio un consejo hermoso antes de partir.

Lección #3 del viaje: “confíen en el universo, porque él tiene todo un plan para ti”.

Las Marías y yo.

Así que confiando en todo lo que vendría, en las curvas interminables del camino hacia la costa, las náuseas ocasionales y la pregunta tatuada en mi cabeza, -Fer, ¿qué estás cargando?-, manejamos hasta San Agustinillo dejando la sierra atrás.

San Agustinillo.

Llegamos a San Agustinillo y yo no entendía nada. Al llegar, la entrada me pareció un poco sin chiste, una calle solitaria, algo empolvada y de la nada ¡listo! ya estábamos en San Agustinillo. Caminamos hacia el interior del hotel Un Sueño y como su nombre lo dice literalmente así me sentí, en un sueño; no por la forma figurativa de hablar refiriéndome a que todo parecía el paraíso, sino tal cual por esa sensación de estar como en otra dimensión.

Oaxaca costa tiene algo muy diferente al resto de las playas mexicanas; empezando por un mix cultural evidente, seguido de una bruma que viene y va flotando por la playa, unas olas que se levantan por metros formando inmensas cortinas azules y explosiones estruendosas cuando rompen, una tierra que vibra sigilosamente protegiendo siempre sus raíces y su legado indígena. Así que estaba tratando de entender cómo me sentía ahora que me topaba otra vez con mi maestro el mar; pero esta vez todo era demasiado bizarro, misterioso, algo obscuro a pesar del sol. Y me gustaba mucho la sensación. Día con día me fueron enamorando los tintes de la tierra nueva. Fui explorando poco a poco sus ejes, sus bordes; esos me gustaron aún más.

De San Agustinillo no tengo realmente mucho que decir. Es una playa hermosa que me brindó apoyo con las primeras amistades del viaje. Me permitió conocer a Las Marías, mis ahora hermanas con más profundidad, pero realmente las cosas no se habían activado para mí hasta que fui a Mazunte. En ese momento supe que me quedaría por más tiempo, que tenía muchas ganas de explorar los bordes enigmáticos del multifacético mar pacífico.

Mazunte.

El lunes muy temprano María y María agarraron rumbo hacia Punta de Zicatela. Despedirme de ellas fue una sensación muy extraña. He viajado muchas veces sola, pero esta vez era diferente. Despedirme de ellas se sentía como abrirle la puerta a un espacio sin contención, a experiencias increíbles de seguro, pero fuertemente aleccionadoras en su naturaleza.

Si una historia tiene una introducción y un cierre, definitivamente Mazunte fue todo el cuerpo, desarrollo, nudo y desenlace de la historia. Mazunte fue todo, pero claro sin una buena introducción o un buen cierre toda historia pierde su poder. Y esto fue lo que pasó… Dos días antes de quedarme sola, conocimos a dos personajes increíbles. Desde el momento en que los conocí supe que lo eran. María, María y yo, compartimos con Juan y Santi; el par de argentinos, historias, caminatas, música y atardeceres hermosos. Ya cuando compartes esas cosas, puedes considerar a cualquier persona parte de tu tribu, así que realmente yo no me quedaba sola en Mazunte porque la tribu se empezaba a formar ya con mi admiración hacia este par, por la pasión y la presencia con la que vivían sus días. Juan y Santi fueron los primeros en formar parte de esto y con esa buena vibra que tenían fue que me movilizaron para empezar a explorar la zona.

En Mazunte se anda descalzo, lento; hay mucha vida y comunidad, ves a la mayoría de las personas con auténticos corazones yogis y encuentras lugares mágicos para practicar, hay mucho artista y artesano y aparte esta el Circo de Mazunte, tal cual la escuela por así decirlo, así que es común ver a varios personajes practicando y a otros dominando sus malabares, trucos y sus danzas, ves personajes jugando con fuego por las noches y comunidades enteras viendo como el mar engulle al sol todos los días por el Oeste y lo libera por el Este sin falta.

Ya me habían dicho, -Mazunte o te abraza o te escupe- y definitivamente a mí me abrazo muy fuerte. Así que fui descubriendolo día por día, sin itinerarios que cumplir, sin planeación estratégica de nada, conectando, respirando, estando presente lo más que podía. Dejando a la vida fluir se abrió un portal muy interesante; estaba por conocer al Mar y me enamoraría de él y mientras lo iría conociendo, las amistades, la tribu, mi comunidad oaxaqueña se me iría revelando a la par. Pero eso yo aún no lo sabía.

Mermejita.

Así que Juan y Santi me presentaron a Mermejita, una playa única. La playa de Mermejita en partes es bastante obscura porque tiene un tipo de mineral entre-mezclado con la arena. Si agarras un imán, el imán se llena de este mineral de inmediato, así que eso la hace energéticamente muy especial. Mermejita también es una playa a la que se le debe tener respeto ya que las banderas rojas hondean permanentemente y como nadar ahí no es de lo mas seguro, no mucha gente pasa el día con ella, así que los mermejianos, como me gusta llamarles, son personas que tienen una joya de playa sin los tumultos de gente de Rinconcito; la playa más conocida de Mazunte.

Mi romance con el Mar comenzaba y en mi afán por comprenderlo mejor, visité Mermejita casi todos los días. Pocas veces me acompañó, me observaba a lo lejos, pero no me permitía entrar en él, del todo. Así que en ese proceso, conocí a Manu.

Manu es un angelito, sentí que era mi hermano perdido del camino y que por fin nos veíamos otra vez. La mamá de Manu; Lili, una diosa, personaje poderoso y además cocinaba junto con su hijo los postres más ricos del mundo, una explosión de sabores en la boca, la cata de delicias que me dieron a probar. Con Manu y Cande, la cachorra bella, anduvimos explorando los rincones de la Mermeja, compartimos el gusto por la foto, por la naturaleza y por una sed de hacer de nuestra vida una vida de servicio.

Abajo a la derecha: Cande.

Conociendo a Manu conocí a Noelia de Argentina y a José, chileno; una pareja hermosa, papás de Ikal y Dante, conocí a Noelia, otra Noelia, ella catalana y a Oscar, de México; los dueños del restaurancito playero dónde además de comer muy rico me dejaron jugar horas en la slackline, a Valeria una mexicana que trabajaba ahí y a otros personajes increíbles; Ty, que era un bombero de Alaska y Iururi amiga de Manu. Aunque no conocí a todos con profundidad, de alguna manera todos me inspiraron muchísimo. Rápidamente me hicieron sentir en familia.

Lección #4 del viaje: las conexiones no suceden solo porque estes en un lugar mágico. Puedes estar en la tiendita de la esquina de tu casa y conocer a la persona más maravillosa. Conoces a estas personas cuando entiendes que tú también eres maravilloso. Cuando empiezas a sentirte merecedor del amor. Conocer la vida desde ese lugar es muy sencillo; no necesitas montar un circo y usar antifaces para agradar; mientras más auténtico seas, la vida más se revela ante ti.

Manu

Mermejita definitivamente fue mi roca. Fue ese lugar al que vas y todo esta bien; y sí, todo estaba muy bien. Seguía conociendo gente y hacía unos días ya habían llegado amigos de Juan y Santi, yo los conocí en Mermejita y vaya lugar para ver el atardecer en tu primer día en Mazunte. Agus y Mica, hermanos; dos personajes sensibles, conectados y muy divertidos. Me daba mucha paz estar con ellos y cuando realmente estaba con ellos, sin ruidos externos, todo fluía mágicamente. Mica era como la Luna, llena de luz y curiosidad, diferente a Agus pero siempre sincronizados y Agus; él era el Mar.

Cada vez me sentía más locataria. Conocí a Norma la dueña de un restaurante donde ponían música salsera y terminé cenando varios días con ella, hablando de la vida, tomando mojitos y bailando salsa lógicamente; también conocí a a Ben, lo conocí esquivando olas enormes en la playa, nadando abajo de ellas viendo como pasaba el cilindro inmenso por encima de nuestras cabezas. Ben es un señor bastante jovial, inglés; que hace mucha labor social ahí en Mazunte y trae proyectos increíbles para ayudar a contar las historias del pueblo, Las Voces de Mazunte, al igual que Las Voces del Camino, tal cual el camino de Santiago en España, que es otro espacio que me tiene fascinada, así que rápidamente intercambiamos contactos para hacer las mil y un colaboraciones.

Mientras todo eso sucedía sutilmente, yo continuaba con mi cuestionamiento -¿Qué estoy cargando?- la pregunta seguía al pie del cañón, pero tenía una sensación de que estaba por resolverse y con ese sentimiento de resolución en el corazón, también sentía que era tiempo de volver a casa, de continuar con esta vida magnífica que llevo, esta vida de infinitas posibilidades, de proyectos que me inspiran todos los días, rodeada de gente que me aprecia muchísimo, de mi Sangha, mi tribu, de Dios y el Universo en mi corazón siempre. Así que después de casi veinte días, decidí volver y el último día me nació hacer una ofrenda al mar y dejar que las respuestas llegaran con el viento.

Esa tarde un poco apachurrada por la idea de partir, fui al mercado a comprar flores. Flores blancas. Las cargué hasta Mermejita y me senté en frente del mar. Pinté una espiral en la arena frente a mi pies y me tomé unos segundos para respirar y absorber lo que hasta aquí había podido soltar, entender y lo que estaba por recibir. Las reapariciones llegaron justo a tiempo y el maestro de maestros, el que hace dos años me dio una cajita llena de obscuridad se presentó. Le pregunté si quería intensionar o soltar algo a través de estas flores y para mi sorpresa me contestó -mucho amor y mucho entendimiento para mí-. ¡Puaf! así inicio el ritual, intensionando con la primera flor amor y entendimiento para mí misma, para él, para el mundo, para el propio proceso y para el proceso del otro. Fui colocando cada flor en la espiral y en lagrimas ofrecí honestidad, humildad, paciencia, claridad y mucho, mucho amor. A la mitad del ritual llego Manu y se sentó alado de mí. Sin hablar me preguntó si podía acompañarme. Mi vulnerabilidad, empapada en lagrimas sintió una resistencia de ser vista, pero esa resistencia duró exactamente un segundo porque una calidez inundó mi corazón. El poder de la Sangha.

Lección #5 del viaje: permitiéndole a Manu estar ahí conmigo en ese proceso entendí el significado de la Sangha; familia de buscadores de la verdad, quienes reconocen que el trabajo en ellos mismos es una ofrenda hacia los demás. Compartamos desde ese ser real y vulnerable. Tomé una de las flores del ramo y se la entregué. Inmediatamente Manu intensionó su flor y en ese momento nos convertimos en dos locos llorándole de gratitud a la vida. Encontré mi hogar; lo encontré dentro de mí.

Mermejita, último atardecer.

El ramo pronto se quedó sin flores y la espiral parecía una galaxia con todas las flores fungiendo de sistemas solares en ella, el timing fue perfecto, cuando acabé de entregar la última flor, el sol desapareció del horizonte engullido una vez más por el mar. Tomé todas las flores y despinté la espiral en la arena, tan frágil, tan pasajera; caminé hacia al mar y las solté.

No sentí más dolor, no sentí más abuso, no sentí control, no sentí sumisión ni inseguridades, no sentí juicio ni culpa hacia mí misma, no sentí la ausencia de ellos, no sentí abandono ni traición. Trabajé esos sentimientos conscientes por más de cinco años y por más de dos, con horas extras y fines de semana laborales. Un trabajo de tiempo completo ha sido encontrarme a mí misma. Oaxaca me regaló un espacio para poder desde mi sensibilidad encarar los cambios, dejar abierto el corazón, entender que no somos carentes de ninguna manera, perdonar y perdonarnos aunque a veces duela, porque va a doler y mucho pero al alma no le interesa tu comodidad, le interesa tu evolución. No estamos solos, no con esa luna, con esas estrellas, no con la fuerza de ese mar, no con la sinergia del universo poniéndote enfrente seres tan especiales en los cuales reflejar tu propio amor incondicional.

Y esos días me enamoré del Mar. Cambiante siempre, impredecible, incierto. Me hubiera gustado enamorarme del Sol, saber que todos los días sale, que siempre me abrazaría con su calorcito. Pero en esta ocasión me enamoré del Mar. A veces muy frío y agresivo y a veces cálido y en calma. La relación más tangible que podría tener con Él sería únicamente en la costa, en cambio el Sol siempre podría venir conmigo, ¿porqué no me enamoré del Sol esta vez? El Mar a veces tiene todo resuelto y aveces no sabe lo que quiere, a veces parece tener el control y a veces no puede evitar cambiar; depende de situaciones externas a Él; del viento, de la luna, de las lluvias; hermosamente influenceable, pero así amé al Mar esos días. El Mar se rinde al Sol creando un espectáculo cada vez que éste duerme y despierta, le ofrece un espejo de agua para que brille con aún más fuerza, así que así lo amé, con toda su complejidad. Enamorándome del Mar, empecé a sentirme más Sol y el Sol no impide que el Mar sea, sino que honra su existencia naciendo todos los días para revelarle con su luz, su profundidad.

Si yo puedo ser el Sol, que vengan los mares, que suban y que bajen sus mareas. Esta bien. honraré eso. Que encuentres, Mar, eso que estás buscando porque solo en tus profundidades están las respuestas y si tardas en encontrarlas, que el camino entre tus aguas sea claro y hermoso. Así que mi amor, Mar, fue hermoso coincidir contigo esta vez. Me diste la oportunidad de volver a sentir de verdad. Aunque cambiante y fugaz te agradezco. Como en la vida mucho es sincronía, te suelto Mar. Te suelto desde un lugar de amor y sigo mi camino, si tenemos que coincidir que así sea. Siendo Sol siempre estaré ahí. Celebro ese camino y celebro también el tuyo, mi maestro el Mar.

Lección #6 del viaje: aunque las relaciones de pareja, las relaciones familiares y las amistades nos hacen crecer muchísimo, tenemos que entender que todo es pasajero, que son solo un pedazo del pastel, no podemos aferrarnos a nadie ni atribuirle un set de expectativas a las personas. La mejor forma de amarlos es honrando su proceso y dejándolos libres. Si están en tu vida, es porque es el plan del Universo para ti y si no están, sigue siendo el mejor plan para ti.

Punta Cometa.

Me levanté tempranito y subí a Punta Cometa; un risco, formación rocosa que entra empoderado en el mar. Punta Cometa justo divide Rinconcito, de Mermejita. En este lugar te encuentras en primera fila para ver el amanecer y el atardecer. Es un lugar con un poder inexplicable. Así que ahí me despedí de Mazunte con el alma sanada. Me dieron una flor, me la puse en la cabeza y después de llenarme de su energía la solté al viento.

Me solté a mí misma.

Punta Cometa, yo y mi flor en el amanecer.

Punta de Zicatela.

Me despedí de Mazunte finalmente. El camino hacia Punta de Zicatela fue hermoso. En el taxi disfruté del viento cálido y me perdí en la música que escuchaba. Me reuní por fin con mis Marías, fue el mejor sentimiento del mundo volverlas a ver, pero en tan poco tiempo me sentía otra y definitivamente ellas también lo eran.

La Punta.

Nos reconocimos en este renacer tan genuino sin decir mucho y pasé mi último día explorando la Punta. Las conexiones siguieron llegando, Seb, amigo de las Marías, ahora amigo mío, me enseñó unas playas increíbles y compartimos conversaciones de todo tipo. Vi a mi compañera Lucha otra vez, cenamos en familia y me fui al día siguiente. ¡Amanecí sin dolor de espalda! El péndulo de mi espíritu estaba quieto y mi corazón en paz.

Gracias Oaxaca.

Crece a pesar del dolor, saca las hojas muertas, que ya vendrán las flores a vestir de nuevo tu belleza.- Pascual Cantero.

María Fernanda Armella

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María Fernanda Armella

Amante de la danza, la música y la fotografía. Aspiraciones: crear, crecer, viajar, vivir.